Es el término que se usa desde los feminismos para hacer referencia al hecho de que la desigualdad de género y el machismo continúan institucionalizados en los sistemas judiciales. Los feminismos consideran que la justicia es un claro reflejo de la sociedad patriarcal y, por ende, es una justicia hecha por y para hombres blancos, sanos, heterosexuales, cisgénero, de clase media o alta, no migrantes y sin diversidad funcional alguna. En este sistema, cualquier persona que no quepa dentro de dicho molde corre el gran riesgo de no poder obtener justicia sino injusticia.
La justicia patriarcal no reconoce explícitamente que los hombres ocupan los espacios públicos y privados desde el privilegio, y continúa esperando comportamientos estereotipados, tanto de mujeres como de hombres. Por ello, sanciona a quienes los transgreden y excusa a quienes los ejercen.
Como ejemplo de esta justicia patriarcal, el feminismo ofrece el hecho de que, en los delitos contra las mujeres, se juzga a la víctima de manera en la que nunca se juzgaría a un hombre víctima de otro tipo de delito. Se cuestiona el comportamiento de la mujer aludiendo a que debió hacer algo para provocar la agresión en su contra y se excusa el comportamiento del hombre.
La justicia patriarcal desconoce la posición diferenciada de mujeres y hombres en la sociedad, y el impacto que esto tiene en todos los aspectos de la vida. Por lo tanto, de acuerdo a los feminismos, para no generar aún más desigualdad e injusticia, la aplicación de la ley debe reconocer esto. Se aboga por una justicia igualitaria donde todas las personas realmente tengan los mismos derechos.
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