Según la Organización Mundial de la Salud, la violencia sexual es «cualquier acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual u otro acto dirigido contra la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independientemente de su relación con la víctima, en cualquier ámbito» (OMS, 2017). Este fenómeno adopta diversas formas, tales como el acoso o las insinuaciones sexuales no deseadas, el abuso sexual, la explotación sexual comercial, la violación y la esclavitud sexual.
La violencia sexual puede ocurrir en lugares públicos, como en escuelas y universidades, lugares de trabajo, parques, calles o instalaciones turísticas. También se produce en espacios privados, como en los hogares. Además, cualquier persona puede sufrirla, pero sus principales víctimas son quienes están en situación de vulnerabilidad, las mujeres, las niñas, los niños y las adolescentes. En la mayoría de los casos, los agresores sexuales son hombres. Además, pueden ser personas conocidas y con quienes exista intimidad, o personas completamente desconocidas.
La violencia sexual es una forma de violencia por motivos de género presente en todos los grupos sociales en el mundo. De acuerdo con ONU Mujeres, más de una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual a manos de una pareja sentimental o violencia sexual por parte de alguien distinto a su pareja durante su vida (sin incluir acoso sexual). Sin embargo, en algunos países, estudios nacionales calculan que hasta el 70 % de las mujeres ha sufrido alguno de estos tipos de violencia. Así mismo, los datos evidencian que aquellas mujeres que han sido víctimas de violencia física o sexual a manos de sus compañeros tienen tasas más altas de depresión y mayor probabilidad de tener un aborto o de contraer VIH, en comparación con aquellas mujeres que no la han sufrido.
Por otra parte, según UNICEF «en todo el mundo, alrededor de 15 millones de mujeres adolescentes de 15 a 19 años han sido víctimas de relaciones sexuales forzadas en algún momento de sus vidas» (UNICEF, 2017). Las consecuencias de la violencia sexual hacia niñas, niños y adolescentes son de orden físico, psicológico y social, y afectan su desarrollo personal, el de sus familias y el de las comunidades. Incluyen embarazos no planificados, enfermedades, discriminaciones, deserción escolar, estigma y dificultades psicológicas.
Referencias: