El feminismo radical es una de las corrientes del feminismo que nace en los años sesenta. Se llama así porque tiene inspiración marxista y propone combatir las raíces de la opresión contra las mujeres, y no por ser un feminismo extremo.
Nace en contraposición al feminismo liberal. Este último describe la situación de las mujeres como una desigualdad, mientras que el feminismo radical la considera una opresión o explotación. Así mismo, mientras que el feminismo liberal aboga por una emancipación de las mujeres a través de una igualdad legal, el feminismo radical se reconoce revolucionario y entiende que las opresiones sufridas por las mujeres son mucho más complejas. Eliminarlas requiere un cambio en todos los niveles de la sociedad.
Algunos de los planteamientos y de las reivindicaciones del feminismo radical son: denuncias de la cosificación sexual de las mujeres y la cultura de la violación; crítica a la prostitución; reconocimiento de la sexualidad y del deseo como una construcción política; visibilización de la violencia de género contra las mujeres; crítica al androcentrismo; crítica a la división sexual del trabajo.
El lema del feminismo radical es «lo personal es político», y sus principales obras de referencia son Política sexual de Kate Millet y Dialéctica del sexo de Shulamith Firestone.
En años recientes, el feminismo radical ha adquirido popularidad porque se sitúa en el centro de algunos debates públicos, especialmente en España, en donde activistas que se reconocen como feministas radicales reiteran que el sujeto político del feminismo son las mujeres cisgénero. Argumentan que quienes han nacido biológicamente con genitales femeninos son quienes sufren la opresión del patriarcado y deben ser el enfoque de la lucha feminista.
Este término también se usa en plural, con el fin de reflejar la diversidad de enfoques y la heterogeneidad de integrantes de este movimiento social.